Por Belén Escobar.
“¿Se debe a que somos mujeres?”, le pregunté al encargado de deportes de mi universidad al darme cuenta de que no teníamos acceso a la misma atención médica en los partidos que los hombres. Su respuesta, tratando de evitar el comentario sexista, fue que “los hombres tienen más accidentes de mayor gravedad”. Esta afirmación es errónea: según un estudio de la FIFA (2016), las lesiones en hombres y mujeres son similares tanto en cantidad como en tipo. Entonces, ¿por qué no recibimos la misma atención médica?
El fútbol es el deporte más popular del mundo, un fenómeno social que une a personas de distintas culturas. Sin embargo, sigue siendo un espacio masculinizado. Desde pequeños, los niños se ven involucrados en el fútbol, mientras que a las niñas se les asignan roles pasivos, como el de arquera. La cultura machista que predomina crea y perpetúa estos estereotipos, asignando a los hombres la competitividad y al deporte de contacto, mientras las mujeres, al querer participar, deben ajustarse a una masculinidad normativa.
En mi caso, crecí jugando fútbol con primos varones y tuve que “masculinizarme” para ser aceptada en ese espacio. Las mujeres, en muchos casos, no solo defendemos en la cancha, sino también en la vida, enfrentando inseguridades impuestas por una cultura que nos hace dudar de nuestra capacidad. Jugamos en defensa como una estrategia para protegernos de los prejuicios y ataques externos.
Cada vez que menciono que juego fútbol, las reacciones son de sorpresa, admiración y a menudo comentarios como “que raro que una mujer juegue fútbol”. Esta sorpresa proviene de los estereotipos sociales sobre la feminidad y la masculinidad. Las mujeres futbolistas no solo desafían los roles de género, sino también las expectativas sobre su sexualidad. El fútbol es, para muchos, un territorio masculino, y las mujeres que lo practican se convierten en una «anomalía» que cuestiona esas categorías rígidas. Tal como dice Simone de Beauvoir, la mujer “al rechazar su papel de objeto, desafía a la sociedad”. ¿Eso hago? ¿Soy rebelde? porque no lo intento, solo me gusta hacer deporte.
Esta visión también se refleja en la atención médica que recibimos. Aunque las investigaciones muestran que las mujeres tienen más probabilidades de sufrir lesiones graves como la rotura del ligamento cruzado anterior (LCA), la infraestructura para la prevención y tratamiento de estas lesiones es inferior a la de los hombres. Esta falta de recursos y de atención refleja una desvalorización del deporte femenino. En mi caso, tras sufrir una lesión grave, no recibí la atención adecuada en el momento y me enviaron a casa con la recomendación de ir a urgencias si el dolor persistía.
A pesar de todo, seguiría eligiendo el fútbol una y otra vez. No se trata solo de un deporte, sino de un espacio donde, entre mujeres, encontramos sororidad, apañe y un sentido de pertenencia. El fútbol me ha permitido crear vínculos con otras mujeres que, como yo, luchan por un lugar en un mundo que no siempre las ha recibido con los brazos abiertos. La lucha por espacios dignos en el deporte femenino es agotadora, pero necesaria. Y aunque enfrentamos barreras, quiero pavimentar el camino para que las futuras generaciones de mujeres puedan disfrutar del fútbol sin los prejuicios que nos han tocado vivir.