Ilustración de Elin Svensson
En este último tiempo se ha retomado el uso de ciertas palabras que nos ayudan a dar cuenta de la posición que tenemos en la sociedad. Una de ellas es privilegios, y es que en cada categoría que queramos analizar los encontramos y el activismo medioambiental no queda fuera de ello.
Me encantaría tener una conversación acerca de esto, sé que puede ser incómodo, pero así es como notamos que estamos creciendo, que estamos en un espacio donde recibimos información que, de alguna manera, nos ayuda a mejorar.
Es que si bien muchos nos sentimos comprometidos con la crisis climática realizando cambios a nuestro estilo de vida a uno más vegano y sustentable, siento que en ocasiones se pierde el foco cuando ese compromiso se transforma en un asunto de “superioridad moral”, olvidando nuestra posición de privilegiados.
Como activistas solemos tener la problemática medioambiental como primera cosa en nuestras mentes. La pandemia ha sido una de las muestras más claras de cómo la naturaleza puede pegar duro a nuestra falsa realidad de calma, además nos ha mostrado lo desigual que puede golpear.
Considerando esto último, debemos tener un cierto grado de criterio al momento de sugerir (y no imponer) cambios amigables con el medio ambiente a terceros, porque ¿cómo vamos a criticar a alguien sin conocer su realidad?
No debemos decirle a alguien dónde debe o no comprar, qué tipo de comida debería consumir o decirle que una botella de agua es mala para ellos cuando hay incluso personas que no tienen acceso a ese bien esencial, ejemplo de esto son las muchas personas que sufren de la sequía en la zona central. Entendemos que el uso de plásticos es muy perjudicial, pero aún más trágico es que hayan personas que no saben si el día de mañana podrán tener agua.
Aquel ejemplo se repite con los problemas que conlleva el consumo de carnes. Existen lugares donde las personas no tienen otra opción que comer aquello cuando el valor de un paquete de paté es significativamente menor al de una palta.
Hay todo un nivel de privilegio al momento de juzgar a alguien por lo que hace o no. Pongámoslo de la siguiente manera, acaso los que promovemos un estilo de vida sustentable ¿jamás hemos comprado en alguna tienda de retail; fast fashion y productos para el cabello? ¿Acaso nunca hemos usado electricidad que no venga de fuentes contaminantes? La verdad lo dudo mucho.
Ninguno de nosotres ha sido consciente toda su vida, es por eso que debemos evitar a toda costa fomentar la imagen de una perfección en el ambientalismo, porque es dañina si criticamos los pequeños esfuerzos de otros. Antes de señalar a alguien, hay que fijarse en uno mismo. Además, esto no debería ser una competencia sobre quién “despertó” antes al llamado del ecosistema por su conservación, este es un camino duro donde entre todes debemos animarnos a mejorar.
No nos exijamos perfección para recién ayudar a alguien en este camino y tampoco lo exijamos. Aprendamos a recibir información sin cuestionar el grado de sustentabilidad, porque los buenos datos de dónde comprar ropa de segunda mano quizás no los tiene la misma persona que sabe dónde conseguir semillas y legumbres a un buen precio.
El máximo privilegio es tener oportunidad de elegir. Nuestra decisión de cambiar la alimentación; reducir residuos; compostar, entre otros, lo debemos a que tuvimos la oportunidad de aprender; de tener acceso a información y tecnología suficiente para poder investigar y cuestionarnos aquello que se nos enseñó.
A mi parecer, este es uno de los privilegios que más solemos olvidar y es que en nuestro hábito del uso de internet, no recordamos que muchas personas siguen sin tener acceso a él y lo difícil que puede ser obtener este tipo de información o conocer de los movimientos ambientalistas.
Así que recordemos que en el camino de la sustentabilidad, cada paso dado es un privilegio. Al igual que tener una opción.