Por Valentina Luza Carrión
“Una mujer desagradable encarna toda una serie de características ingratas pero completamente humanas”
– Roxane Gay en memorias de una mala feminista (2016)
Las mujeres líderes y poderosas suelen-en ocasiones- incomodar al ojo público y a un sector de la población. ¿Qué pasa cuando las mujeres alzamos la voz desde nuestros puestos de poder? ¿Qué sucede, si además, demostramos descontento, enojo, rabia e inconformidad ante una situación que lo amerita?
A principio de mes, los dichos de la presidenta del Colegio Médico, Izkia Siches, fueron noticia durante toda una semana. En ellos criticaba al Gobierno duramente en una entrevista aludiendo a lo deficiente de los programas de salud en la crisis sanitaria, los que calificaba de totalmente inoperantes y al gobierno cómo un grupo de “infelices”.
Las noticias por su lado, estuvieron enfocadas a los dichos: la tacharon de poco señorita, ordinaria, maleducada y la destrozaron por las redes sociales. También desde el oficialismo, dónde otras veces ya la habían criticado por su rol de Presidenta, cayeron en bromas misóginas más de una vez. Incluso, fue llamada “zorra” en una ocasión y también fue víctima de amenazas de violencia sexual por sus mails personales. Siempre después de alguna polémica donde declaró algo desde su rol de Presidenta del Colegio Médico.
Podríamos decir que este hecho responde otra vez al ojo mediático que hay sobre Izkia Siches y que también representa lo que muchas de nosotras nos ha tocado atravesar durante nuestra vida. Por un lado, el ser puestas en duda sobre nuestras capacidades de análisis, de crítica, de enojo. Otro que va irremediablemente de la mano con lo anterior, es el estar bajo el ojo atento que juzga las formas, por el afán de desmerecer el trasfondo de nuestras palabras.
No es sorpresa que a las mujeres poderosas se les intente opacar, disputando en ello otro espacio altamente masculinizado cómo son las dirigencias o presidencias. Así lo ha demostrado la historia y también desde el feminismo esto se entiende cómo otra extensión del patriarcado.
Específicamente, cuando una mujer se demuestra enojada, con rabia, se le suele sugerir y/o decir que: “lo que dices está bien, pero el tono no es el correcto”. Esto se llama fiscalización o vigilancia del tono y es una falacia argumentativa ad hominem, es decir, no se argumenta en contra de la persona dice sino de quien lo dice y, en este caso, como lo dice. Se suele utilizar esta falacia con mayor frecuencia en contra de grupos menos privilegiados, y en esta caso, a las mujeres que no cumplen con el mandato de “la buena mujer” que no habla duro, con rabia ni menos contundencia.
Alison Bailey, en su ensayo «Sobre la ira, el silencio y la injusticia epistémica» (2018) describe cómo la vigilancia del tono es una forma de gestionar el enojo y por lo tanto de gestionar el conocimiento producido por el enojo en resistencia.
En ese sentido, el llamado “mandato de la agradabilidad” va de la mano con este fenómeno. Este es aquel que desconoce sentimientos como la rabia y el enojo, no siendo vistas como algo propio de lo femenino, pues se espera que nosotras seamos condescendientes y agradables siempre. Ejemplo de esto, es que desde pequeñas nos enseñan a callar si algo nos desagrada, miedo a parecer “histéricas” o pocas señoritas; tal cómo le dijeron a la doctora Izkia Siches.
Milagros Mir Coordinadora General en Fundación Tremendas una joven líder y estudiante de psicología, comenta al respecto que este hecho responde a una constante de minimizar los logros de las mujeres y también que “disminuir nuestro estatus constantemente muestra cómo, a pesar de todas las luchas, se nos sigue considerando ciudadanas de segunda clase. Ni ser presidenta del Colegio Médico permite traspasar la barrera de la discriminación, ya que aún así te infantilizan y muestran que no te ven como una igual”.
¿No ha sido parte de la cultura y el sistema patriarcal la que nos ha enseñado la costumbre de callar sobre lo que no nos parece? Sabemos que la extensión en la dominación sobre nuestros cuerpos, también ha utilizado el silencio históricamente. Esto también responde a cómo se configura la vida tanto dentro de lo privado como en lo público, y desde ello, lo mediático; las figuras de mujeres poderosas en los imaginarios parecieran ofender aún más que la propia violencia de género.
Se espera que los altos cargos públicos –como así también en cualquier puesto altamente masculinizado o expuesto- tengan una disposición de complacencia absoluta, cuando esto no sucede, incomoda hasta el extremo.
Este hecho confirma lo que todas sabíamos: nuestros análisis se siguen oscureciendo bajo la mirada patriarcal del paternalismo, que se deja evidenciar en las críticas sexistas y ofensas misóginas. Esas que van apuntadas a “nuestra forma desmedida de decir las cosas.”
Estas prácticas nos hacen sentir que debemos demostrar no solo que somos buenas, sino que somos muy buenas en el área que nos desempeñamos y que, además, cumplimos con patrones de comportamientos adecuados a nuestro género.
En ese sentido, la joven también reflexiona que este énfasis en calificar a las mujeres se puede entender de diferentes formas: “como cuando te dicen que seas señorita están exigiendo de forma implícita que hagas como que no existes. “Siéntate como señorita” se puede traducir a un “usa la menor cantidad de espacio que puedas, ojalá sin ni siquiera usar espacio”. “Vístete como señorita” se puede traducir a un “cubre cada centímetro de tu cuerpo que pueda hacerte visible”. En el caso de la Dra Siches, el ser tildada de “poco señorita” al dar su opinión y oponerse al gobierno creo que fácilmente se puede traducir en un “Tu opinión y disgusto no puede existir, ya que tu deber es no ser notada”, explica.
Cuando, ¿quién les dijo que queríamos ser señoritas? Basta de fiscalizar el tono de las mujeres, existe desde el feminismo el derecho a sentir rabia y expresar en todos los espacios nuestra voz. Cabe recordar que la rabia no es lo mismo que violencia, situaciones como las de la doctora Siches nos recuerdan que es hora que nos cuestionemos y dejemos de reproducir el mandato de la agradabilidad tan profundamente patriarcal.
Los feminismos han logrado disputar los espacios de poder fundamentales para el desarrollo de las niñas líderes del futuro. Un mundo que esté a la altura de los próximos desafíos de evolución como sociedad.