“La libertad no se da ni se recibe, sino que se crea y se forja por la lucha colectiva.” – Angela Davis
Estudiando la historia del feminismo, una ha de encontrar comúnmente a grandes representantes de la lucha sufragista, como lo fue Susan B. Anthony o Emily Davison.Las conocemos por ser esos íconos feministas de la lucha por los derechos de las mujeres, en especial, el derecho de las mujeres a participar en la vida política.
Sin embargo, esta historia de gran importancia tambien es víctima de otra discriminación impuesta por la cultura social del hombre hetero, cis, y blanco: El racismo. Este sistema de opresión que afecta principalmente a las personas afrodescendientes, negras e indígenas, que se argumenta con la falsa idea de la existencia de las “razas”. Esto se cimentó en la conciencia ciudadana a través de otra idea supremacista de igual peso: el sexismo.
A finales del siglo XIX y a inicios del siglo XX, la propaganda doméstica dirigida a las mujeres, enfatiza su rol de “protectoras naturales del hogar” y como “procreadoras de la sociedad blanca”, siendo esto, un claro ejemplo del sexismo de la época. Pero bien, se exalta el hecho de que las mujeres blancas de clase media-alta, “delegaban” esa labor doméstico a sus criadas, a las mujeres negras con una falsa libertad.
A pesar de esto, también es importante resaltar como estas mujeres también eran oprimidas por sus esposos, formando así, una cadena de opresión, en la que el hombre blanco cis hetero se creía con el “derecho” de oprimir a cada ser humano que él considerase inferior.
Las mujeres negras e indígenas eran víctimas de una opresión que las mujeres blancas muchas veces ignoraban e incluso formaban parte de esta. Muchas personas aseguraban que la inclusión de las mujeres negras, en los clubes, supondría la “deshonra de la feminidad blanca”.
Incluso Ida B. Wells, quien buscó ayuda con Susan B Anthony por medio del apoyo político y representativo del que en ese momento se contaba, fue apartada hacia una orilla, junto con miles de mujeres, en el momento en que ella decide exponer públicamente y con sus semejantes una posición neutral hacia la lucha antirracita y abolicionista, si, una posición neutral ante los linchamientos, la explotación laboral, el abuso sexual y la discriminación de millones de mujeres.
Yo les invito a cuestionarse: ¿Podemos mantenernos neutrales ante las diversas injusticias y desigualdades que viven día a día millones de mujeres y niñas a lo largo y ancho del mundo?
A pesar de todo esto, también muchas mujeres trabajaron mano a mano en la lucha por la liberación femenina y el abolicionismo. Se crearon escuelas clandestinas en las que estudiaban niñas racializadas, se estudiaron y analizaron problemáticas sociales relacionadas con el género, la raza y la clase. Se escribieron libros, participaron en diversas protestas y levantaron su voz, una voz que había sido silenciada con el manto de la esclavitus por cientos de años. Muchos de estos actos fueron condenados, terminando muchas veces con la encarcelación de las mujeres negras y con la mirada condenatoria hacia las mujeres blancas.
Reconocer el pasado racista y clasista de la lucha feminista no es algo que nosotras tengamos que mantener como un tabú, censurarlo o simplemente, acallarlo. Callar la lucha de millones de mujeres, es un gran feminicidio. Sabemos que juntas somos más fuertes, y sería una gran contradicción mantenernos ignorantes de la opresión que sufren las mujeres por los diferentes sistemas hetero-patriarcales.
Como mujeres y niñas que avanzamos hacia la mejora de una sociedad, con la bandera representante Feminista, nos corresponde enfatizar la importancia de la lucha antirracista y su relación con el movimiento por los derechos de la mujer. Incluso si no nos identificamos directamente con la problemática racista, nos corresponde ser empáticxs por medio de la deconstrucción.
Logramos la deconstrucción al identificar las conductas racistas que reproducimos y eliminarlas, al identificarlas en las demás personas, en las instituciones, en los sistemas y luchar desde nuestra trinchera por erradicarlas. Todas, todes y todos tenemos la batuta que dirige la orquesta del cambio; esa batuta es nuestra voz y solo hace falta levantarla para que la orquesta sepa, que debe empezar a tocar.
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